La biblioteca de Stalin

Ya se sabe, los dictadores también leen, al menos algunos, aunque  a menudo solo lo hagan para reforzar sus ideas. Ese era el caso de Adolf Hitler, de quien ya se publicó hace unos años Los libros del Gran Dictador, de Timothy W. Ryback.  Y qué decir de los 55 mil libros del chileno Pinochet o del Exlibris “Franciscus Franco Hispaniarum Capdellus” del dictador patrio.

Y, claro está, también leía Stalin, y mucho. A eso lleva años dedicado el profesor Geoffrey Roberts, reputado experto en todo lo  soviético, que finalmente ha conseguido terminar su investigación: Stalin’s Library.  A Dictator and his Books (Yale UP).  Esto nos dice en la breve introducción:

“INTRODUCCIÓN

El erudito del Kremlin

Este libro explora la vida intelectual y la biografía de uno de los dictadores más sangrientos de la historia: José Stalin. Y lo hace, de forma única, a través del prisma de su biblioteca personal. Lector empedernido y exigente, la acumulación de libros de Stalin fue una pasión durante toda su vida. A mediados de la década de 1920 adquirió una identidad para su biblioteca en forma de sello ex libris: Biblioteka I. V. Stalina, la Biblioteca de J. V. Stalin. También ideó su propio esquema de clasificación de la biblioteca y contrató los servicios de un bibliotecario. La pieza central de su dacha (casa de campo) principal de Moscú era una gran sala-biblioteca, aunque la mayor parte de su vasta colección se alojaba en un edificio contiguo con libros que le entregaba el personal. Dmitry Shepilov, que visitó la dacha al día siguiente de la muerte del dictador, recordaba “un gran escritorio, con un segundo escritorio colocado a su lado formando una T, ambos estaban repletos de libros, manuscritos y papeles, al igual que las mesitas de la habitación”. El propio Stalin yacía muerto en el sofá de su biblioteca, donde había sufrido un ataque de apoplejía unos días antes.

Shepilov, economista de formación, fue redactor jefe de Pravda. En 1956-7 fue ministro de Asuntos Exteriores soviético, pero perdió el cargo cuando apoyó un intento fallido de expulsar del poder a Nikita Jruschov, el sucesor de Stalin como líder del partido comunista. Shepilov era sobre todo un apparatchik y el título de la edición inglesa de sus memorias, The Kremlin’s Scholar, era un poco equívoco. Pero era un apelativo que podría haberse aplicado más justificadamente a su jefe muerto.

En el momento de su muerte, la biblioteca de Stalin contenía unos 25.000 libros, publicaciones periódicas y folletos. La colección podría haberse conservado intacta, pero el plan de convertir su dacha en un museo de Stalin se archivó tras la denuncia de Jruschov contra él y su culto a la personalidad en el 20º congreso del partido en febrero de 1956. En su lugar, los libros del dictador fueron dispersados a otras bibliotecas, aunque importantes restos y huellas de su biblioteca sobrevivieron en los archivos del partido comunista, en particular una colección de casi 400 textos que él había marcado y anotado. Redescubiertos cuando el comunismo soviético se desintegró a finales de la década de 1980, estos pometki -o marcas- revelaron que Stalin era un intelectual serio que valoraba las ideas tanto como el poder. Verdadero creyente en el poder de las palabras, leía no sólo para aprender, sino también para adquirir una mayor conciencia comunista, considerada fundamental para los objetivos utópicos del socialismo soviético. Tanto ideólogo como intelectual, la creencia que profesaba Stalin en el marxismo-leninismo era totalmente auténtica, como puede verse en la biblioteca.

La historia era la asignatura favorita de Stalin, seguida de cerca por la teoría marxista y luego por la ficción. Lenin era su autor favorito, pero también leía, y a veces apreciaba, muchos escritos de León Trotsky y otros archienemigos. Como internacionalista, los intereses de Stalin eran globales, pero no dominaba ningún idioma excepto el ruso y su georgiano nativo, por lo que su lectura de libros extranjeros se limitaba a los que habían sido traducidos.  Le interesaba mucho la historia antigua y le preocupaban las lecciones del gobierno zarista en Rusia, especialmente los reinados de Iván el Terrible y los Grandes, Pedro y Catalina. Leía mucha historia militar y admiraba mucho a los héroes generales zaristas, como Alexander Suvorov, el estratega del siglo XVIII que nunca perdió una batalla, y el mariscal Mikhail Kutuzov, que derrotó a Napoleón en 1812. Más sorprendente, quizás, fue su fascinación por el “Canciller de Hierro” de Alemania, Otto von Bismarck. También tenía una gran consideración personal por otros estadistas burgueses, como su colega aficionado a la historia Winston Churchill, y Franklin Delano Roosevelt, el presidente estadounidense cuya constitución estudió.

Aunque Stalin no escribió memorias ni llevó un diario, dejó un rastro literario bien marcado no sólo en los libros que escribió y editó, sino también en los que leyó. A través del examen de estos libros es posible construir una imagen compuesta y matizada de la vida lectora del dictador más intelectual del siglo XX.

(…)

Stalin conservó una considerable capacidad intelectual hasta el final de su vida. Tengo setenta años”, le dijo a su hijo Vasili, señalando los libros que leía sobre historia, literatura y asuntos militares, “pero sigo aprendiendo igual”. Sin embargo, a principios de la década de 1950, con su salud física y su intelecto en declive, ya había pasado su mejor momento.

Anatoly Lunacharsky, comisario soviético para la ilustración en la década de 1920, se describió a sí mismo como un “intelectual entre los bolcheviques y un bolchevique entre los intelectuales”.  Lo mismo ocurría con Stalin, salvo que era más bolchevique que intelectual y carecía del escepticismo que podría haberle llevado a moderar su búsqueda mortal de la utopía socialista”.

© Yale University Press / Geoffrey Roberts



Citar este post
Anaclet Pons (2022, 14 marzo). La biblioteca de Stalin. C L I O N A U T A : Blog de Historia. Recuperado 29 de marzo de 2024, de https://doi.org/10.58079/mz0s

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