El pasado mes de febrero la NYU Press lanzó al mercado de la “historia cultural” un nuevo título: Lifted. A Cultural History of the Elevator, obra del estudioso alemán Andreas Bernard. La versión original (su tesis) tiene ya algunos años (Die Geschichte des Fahrstuhls. Über einen beweglichen Ort der Moderne, 2006), y su última obra, que acaba de aparecer, va por otros derroteros, dedicada a las nuevas tecnologías reproductivas y el orden familiar. Pero esta “historia cultural del ascensor” puede servirnos para ver una de las múltiples formas de los “estudios culturales”, que no son propiamente la historia cultural, en este caso desde la perspectiva de un estudioso de la ciencia y la técnica.

En fin, he aquí algunos de los primeros párrafos del libro, difundidos por el mencionado autor en la revista de crítica cultural PopMatters:

La historia del ascensor comienza con una pieza teatral.

De mayo a octubre de 1854, el mecánico Elisha Graves Otis dio repetidas representaciones en la Exhibition of the Industry of All Nations, en la ciudad de Nueva York, con el propósito de demostrar la eficacia de un dispositivo de seguridad que había inventado. El 20 de septiembre del año anterior, Otis había fundado la E.G. Otis Elevator Company en Yonkers, Nueva York. Pero, tras haber recibido un único pedido en sus primeros siete meses de actividad, se sintió feliz aceptando una invitación para presentar su aparato al público. En el Crystal Palace de la calle Cuarenta y dos (una imitación del Crystal Palace  construido para la Exposición Universal de Londres de 1851), instaló una plataforma sobre unas guías con la que él mismo se había elevado ante los espectadores. Cuando la plataforma se hubo elevado a su máxima altura, para su horror, cortó el cable de suspensión. Pero en lugar de caer al suelo desde unos cinco metros, el ascensor se detuvo tras unos pocos centímetros de recorrido. “Todos seguros, señores, todos a salvo”, tranquilizó Otis a los sorprendidos visitantes de la feria y, a continuación, explicó su recién desarrollado mecanismo de seguridad: (…). Este experimento hizó que se difundiera la invención y, en los años siguientes, dio lugar a numerosos pedidos de ascensores de carga. Finalmente, el 23 de marzo de 1857, se instaló el primer ascensor para personas en el establecimiento de venta de porcelanas y cristalería de Haughwout and Company, en Nueva York.

La presentación de Otis en 1854 es considerada como la escena primigenia en la historia del ascensor. En todo artículo de una enciclopedia y en los manuales de la historia de la tecnología, así como en monografías concretas y recopilaciones de ensayos sobre el tema, este evento sirve como línea de demarcación, dividiendo a los predecesores de las figuras canónicas, las meras curiosidades de los aparatos plenamente desarrollados y listos para ser producidos. Fue solo “al ejecutar este truco, ante una multitud jadeante, [que] Otis había anunciado el nacimiento de la industria del ascensor”, afirmaba una publicación sobre el desarrollo de la firma. A primera vista, el consenso sobre que su experimento representa una cesura histórica, “uno de los auténticos grandes momentos de la historia de la arquitectura”, está en sorprendente contraste con la relativamente modesta escala de la innovación que Elisha Otis presentó en 1854 y, finalmente, patentó en enero de 1861, tres meses antes de su muerte. Para el mecánico de Nueva York, él no era de ninguna manera el inventor del principio básico del aparato elevador. Su única adición a las máquinas ya existentes fue el dispositivo de seguridad cuya fiabilidad demostró utilizándose a sí mismo como conejillo de indias.

Una ojeada a la literatura sobre la historia de la arquitectura revela lo vieja que era la práctica del transporte vertical de personas y mercancías. En la antigüedad clásica, aparecían dispositivos de elevación en los escritos de Arquímedes y Vitruvio. Ejemplos aislados de ascensores de pasajeros también surgieron entre finales del siglo XVII y principios del siglo XIX, y se mencionan regularmente en las historias de la tecnología. El matemático Jena Erhard Weigel , por ejemplo, tenía una casa construida alrededor de 1670 en el que se instaló un dispositivo con poleas que le transportaba de uno a otro de sus siete pisos. En sus últimos años, la enferma emperatriz austriaca María Teresa era bajada a la cripta de los capuchinos por medio de un ascensor para rezar ante las tumbas de sus padres. En 1804, fue construido un elevador de carga y de pasajeros para una fábrica de algodón de seis pisos en Derbyshire, y en 1830 el diplomático inglés Charles Greville describió en sus memorias un aparato en el palacio de la pareja real de Cerdeña en Génova: “Para la comodidad de su cuerpo tiene una máquina hecha como un coche, que asciende mediante una cadena desde abajo hasta la parte superior de la casa; soporta hasta unas unas seis personas, que pueden ser a su gusto elevadas hasta cualquier planta, y en cada rellano hay un artificio para permitirles entrar y salir” .

Así, uno se pregunta por qué la historia del ascensor debe descansar en un único incidente canónico a pesar de los datos múltiples, una heterogeneidad que no hizo más que aumentar en las décadas anteriores al experimento de Otis.  (…)

Una cosa queda clara de todos estos proyectos e instalaciones: los inicios dispersos y desordenados de la historia del ascensor no se pueden consolidar fácilmente como una narración fundacional unificada. El “Todos seguros, señores, todos a salvo” de Elisha Otis es menos la “máxima incunable del moderno ascensor de pasajeros” que una sola voz en un poderoso coro de la mecánica de mediados del siglo XIX. Entonces, ¿cómo su experimento de 1854 logró su estatus sin igual? ¿Qué hizo que la invención de Elisha Otis marcara una época …? (…)

(…) La diferencia decisiva, el detalle que transformó los casos dispersos de uso de dispositivos de elevación principalmente para transporte de mercancías en ascensor de pasajeros -instalación obligatoria en todo edificio de varios pisos- consistió únicamente en el invento de Otis del mecanismo automático de seguridad. (…)

A la luz de la opinión unánime de que la verdadera historia de este medio de transporte se inicia con el freno de emergencia de Otis, vale la pena dirigir nuestra atención a las reacciones contemporáneas al evento. (…)

Sin embargo, si uno se pone a buscar pruebas de la demostración en los periódicos y revistas de Nueva York entre mayo y octubre de 1854, el panorama es diferente. (…) Hay que peinar cuidadosamente los archivos para encontrar algún rastro del experimento. (…) Por tanto , no es exagerado decir que la exhibición en el Crystal Palace, ese “auténtico gran momento en la historia arquitectónica”, pasó casi completamente desapercibido para el público.

Si uno se propone trazar la perspectiva contemporánea de la emergencia del ascensor en los Estados Unidos entre 1850 y 1880,  es más probable que descubra una narración fundacional diferente. Hasta principios del siglo XX, todas las descripciones de la historia del ascensor acreditan a otro mecánico de nombre en apariencia similar , Otis Tufts y a su invención, a pesar de que hoy está casi olvidado. En 1859, Tufts patentó un aparato llamado “Vertical Railway” o “Vertical Screw Elevator”. Fue el primero en tener una cabina completamente cerrada, (…). En el mismo año, los únicos ejemplos fabricados de este ascensor lento y costoso, pero muy seguro, se instalaron en la Quinta Avenida de Nueva York y en el Hotel Continental en Filadelfia. Mientras los propietarios de la tienda Haughwout pusieron el primer ascensor de pasajeros de Eliseo Otis en 1857 y lo quitaron tres años después, pues el público se negó a aceptarlo, los dos ascensores construidos por Tufts permanecieron en servicio hasta la década de 1870 y, durante un tiempo, transformaron los hoteles en concurridas atracciones turísticas.

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Tenemos que tantear el camino de regreso al punto de inflexión en el que una figura como Otis Tufts se situó como referente  y comenzó a tomar fuerza la narración fundacional actualmente aceptada. ¿Cuándo y por qué un experimento que durante cincuenta años se percibió como una anécdota subsidiaria pasó a ser un momento que hizo época? ¿Cómo es que durante décadas toda la investigación sobre la historia del ascensor se refiere a un evento para el cual, debido a la falta de interés de los contemporáneos, casi no hay pruebas? (…) Sin duda, la valoración ex post facto de esta escena primigenia tiene que ver ante todo con los intereses comerciales de la mayor productora mundial de ascensores. Desde la década de 1870 en adelante, Otis Brothers and Company, la empresa fundada por dos emprendedores hijos de Elisha  Otis, se convirtió en el principal fabricante de ascensores. Con la fundación de la Otis Elevator Company en 1898, absorbió a sus catorce competidores estadounidenses. Además de su monopolio en la producción de ascensores, la empresa también tenía la intención de establecer la hegemonía historiográfica sobre el aparato. (…)

(…)

No es de extrañar que el mayor fabricante de un aparato técnico tenga interés en reclamar retroactivamente el crédito de su invención. En el curso de los últimos cien años, sin embargo, el evento orquestado en el Crystal Palace fue tan consistente y unánimemente representado como escena primigenia del ascensor que tendría que haber sido más fruto del consenso que de una estrategia de relaciones públicas de la empresa. Tenía que ver, más bien, con la cuestión de cómo construir una narración fundacional en la historia de la tecnología. Si es precisamente este evento, entre las docenas de posibles candidatos entre 1840 y 1860, el que se establece a sí mismo como principio del ascensor, si después de medio siglo de descuido aún conserva el poder de suprimir las fechas de la competencia, entonces uno tiene que preguntarse qué ha hecho que sea tan persistente. Una respuesta se encuentra tal vez en la forma en que se presenta el invento de Otis . La teatralidad de la manifestación (por poco impresionados que quedaran los testigos contemporáneos) sitúa esta contribución al desarrollo del ascensor por encima de la multitud de los momentos cruciales igualmente importantes pero menos dramáticos, tales como la primera instalación de guías-raíles en una fábrica o la primera construcción de una cabina completamente cerrada. El formato concentrado de una manifestación pública satisface el anhelo de un principio limpio e inequívoco, un anhelo endémica en la historiografía de la tecnología. La dramaturgia del experimento en el Crystal Palace también contribuye a este resultado: Otis centró su demostración de la innovación en un momento radical -la esperada ruptura fatal del cable- y así acomodó el interés de los historiadores para localizar el comienzo en un momento  único y visible. Hay que prestar atención a la ilustración ampliamente reproducida del experimento, elaborada después del evento. Intenta abarcar precisamente el momento histórico: el cable se ha roto, los testigos quedan petrificados, pero la plataforma no cae. ¿Por qué entonces la demostración en en dicha exposición industrial de Nueva York se consolida como escena primigenia? No porque de hecho sea claramente identificable como el comienzo, sino más bien por razones estéticas razones -hace que el inicio sea narrable. Otis ofrece una narración apropiada para el nacimiento del ascensor, una narración aristotélica clásica, de hecho: la subida del héroe en el Crystal Palace lo es hacia una peripecia literal, una trágica inversión -hasta que el cierre de seguridad interrumpe su caída.

 

El estatuto epocal del evento ilustra, en todo caso, los mecanismos discursivos mediante los cuales se produce el “origen de un hecho técnico”, usando las palabras del historiador de la ciencia Ludwik Fleck. En su investigación de la sífilis en 1900, Fleck explica cómo años de trabajo colectivo y anónimo en experimentos serológicos fueron retroactivamente atribuidos a un solo investigador. Un proceso de innumerables correcciones  y ajustes de laboratorio que al final llevó  a la fiabilidad de la prueba se transformó en un acto fechable, una invención individual (el “test de Wassermann” de 1906) con el fin de garantizar una narración histórica clara. El “camino recto al conocimiento”, que el análisis del discurso de Fleck expone como una ficción, es preservado por todas las historias del ascensor que comienzan en el Crystal Palaceen 1854; al margen del “pensamiento colectivo” de la mecánica a mediados del siglo XIX, destilan un solo nombre y un solo evento. Pero cuanto más cerca se examina este aparentemente claro destilado, más turbio se vuelve.

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